miércoles, mayo 28, 2008

¿En que pensamos los educadores cuando los jóvenes se expresan como ciudadanos?

Las actuales movilizaciones sociopolíticas de los estudiantes de enseñanza secundaria, llamados pingüinos, constituyen a nuestro juicio, parte de un proceso continuo que viene desarrollándose desde fines de los años noventa, expresando diversas reivindicaciones coyunturales (como la del pasaje escolar por ejemplo) pero bajo el común denominador de una crítica macro a la mercantilización de la educación y la "clausura" de la cultura de la educación pública. Más a fondo, tendríamos que abordar este acontecimiento como parte de los fenómenos que forman parte de las transformaciones globales (en lo productivo y en lo cultural) y el manejo de las sociedades a través de la aplicación del modelo económico neoliberal (puro o de base neohumanista).
La respuesta predominante desde la institucionalidad escolar y política ha sido la represión extendida y selectiva, bajo modalidades de confrontación callejera que conllevan la movilización de ingentes recursos materiales y de financiamiento a la acción policial.
Bajo el argumento del resguardo a la "seguridad y el orden público", cualquier manifestación pública de los pingüinos es confrontada con la fuerza de Estado y calificada de violenta, destacando hechos puntuales de agresividad como ejemplos de la irracionalidad del acontecimiento. En este contexto, se ha avanzado poco a poco a extender el concepto de seguridad pública hacia el interior de las unidades y centros educativos, abordando el “resguardo a la propiedad privada” y nominando a las acciones tradicionales tales como las “tomas”, de hechos delictuales.
Además se han propuesto por parte de las secciones gubernamentales a cargo de la seguridad nacional e intendencias regionales, extender la acción hacia la judicialización de las familias de los jóvenes implicados, como medio de control y prevención de nuevas manifestaciones.
Respecto a los contenidos de la crítica pingüina, esta ha sido permanentemente rechazada, aludiendo a que en el contexto de reforma que vive el sistema escolar chileno desde los años noventa, las voluntades políticas y los abundantes recursos involucrados, han estado orientados hacia la equidad y la calidad del servicio, tomando en cuenta las necesidades de la gente.
Una profusa literatura de origen político, comunicacional, publicitario y también académico-intelectual (cuyo pic se constata en los meses posteriores al acontecimiento político social denominado revolución pingüina, el año 2006), apoyada desde instituciones educacionales internacionales (Unesco, Unicef, etc.), se ha desplegado en torno al tema, asegurando que nuestro país ha asumido una perspectiva modernizadora exitosa en materia de política educacional y que las demandas estudiantiles pecan de cierta ignorancia, causada por la edad de los implicados y en su mayoría se hayan manipuladas por "ciertos sectores" interesados en crear condiciones de "desorden social".
Modernizar la educación a partir de una plataforma económica de libre mercado, un proceso de transición democrática pactada, a través de ciertos dispositivos curriculares- administrativos (reforma), grandes subsidios financieros a la infraestructura privada y, elaborar una literatura ad hoc, fundada en la necesidad de formar recursos humanos para competir en el escenario de globalización.
Si bien se reconocen algunos problemas a partir de indicadores políticamente aceptados (Simce preferentemente), estos son interpretados solo como fallas humanas adosables a la profesionalidad de los profesores. Asimismo, se plantea una evaluación negativa a los centros universitarios encargados de la formación de profesores y se conmina a modificar los curriculum de profesionalización, tendiendo a introducir modelos de racionalidad instrumental (capacitar tecnólogos educativos capaces de hacer clases, de acuerdo a parámetros preestablecidos por expertos), mientras por otro lado, se implementa un sistema nacional de acreditación y evaluación docente.
Entonces, la racionalidad académica dominante, parapetada tras la represión sistemática de los derechos ciudadanos a expresarse (derechos sólo respetados dentro de un sistema democrático), certifica un modelo mercantil de educación, en cuanto tal, con prescindencia de la percepción y racionalidad comunicativa de los protagonistas.
A su vez, la acción político institucional, consolida un estado de restricciones políticas en contra de un cierto sector ciudadano (a lo menos, los pingüinos, sus familias y los profesores), en nombre de la seguridad privada de otro sector (los dueños de las unidades educativas y/o sus gerentes).
Pero, si el problema se redujera a las contingencias de un conflicto entre actores educativos, sea en su papel ciudadano o de usuarios de servicios dentro de un sistema de mercado, nos parece que los acontecimientos no habrían tenido la duración que se observa en este caso. Existe un fondo más profundo que se articula a lo medular de los cambios que dentro de los escenarios de dictadura y/o de transición democrática, han están afectando no sólo a Chile sino también al mundo en general, en las últimas décadas.
A nuestro juicio y, comprendiendo que se requiere un mayor desarrollo de esta hipótesis, pensamos que la revolución pingüina representa en parte, el estado de la cuestión social contemporánea, en cuanto, los nuevos conflictos sociales dentro del paso de los sistemas productivos industriales a las modalidades de producción cognitaria, tienen expresión significativa en las escuelas, entendidas estas como espacios privilegiados de transmisión del significado del conocimiento para las actuales sociedades. Esta claro que en países como el nuestro donde se han consolidado estructuralmente las desigualdades y las exclusiones, la mayor parte de los estudiantes del país, evalúan negativamente las condiciones y posiciones que se les exige proyectar para sus vidas, en la sociedad del conocimiento. Muchos de ellos se encuentran interdictos en el dominio de las claves actuales de la ciencia y la técnica, la mayor parte confinados a una obligatoria moratoria consumista de efectos destructivos tremendos.
Por otro lado, los espacios convivenciales de la escuela que nos jactábamos de valorar como espacios de aprendizaje ciudadano, han sido vaciados de sus contenidos colectivos dando paso a territorios manejados desde el individualismo, el egoísmo, el interés pecuniario y el autoritarismo. Entre los profesores se han resentido profundamente la confianza, la actitud proactiva, la esperanza en los estudiantes, las utopías pedagógicas. Los estudiantes se manejan entre códigos de violencia, ausencia de expresión afectiva y exigencias académicas desorbitadas y desenfocadas.
Pero el paso del modelo industrial al modelo cognitario, se haya transversalizado por la gestión neoliberal cuyo sello es la codicia y la soberbia. Se trata de una perspectiva antropológica que exacerba el egoísmo como motor del desarrollo individual y desprecia las sociedades y colectivos como medios de desarrollo humano. Se trata de un pesimismo enfermizo sobre la especie humana y al mismo tiempo tenemos que reconocer que se trata de una idea elaborada en una oficina académica que se alzó como influyente mediante el uso de la fuerza bruta, la tortura y la desaparición de personas.
Las características de reproducción de la gestión neoliberal se confrontan negativamente con los requerimientos de la actual sociedad del conocimiento, por lo que se producen fricciones, contradicciones y conflictos tales como el que vemos en el campo de la educación.
La utopía de la sociedad del aprendizaje promulgada por Unesco hace años, se enfrenta a las fuerzas conservadoras enclavadas en las instituciones de poder que no entienden ni entenderán nunca que la historia se sigue construyendo y hay nuevos aires que dejar entrar. Por nuestra parte, nuestra esperanza sigue intacta en las nuevas generaciones y su desfachatada humanidad.

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